Es imposible hablar de Muriel sin mencionar a personas como Nerea, cuya conexión con el mundo del vino va mucho más allá de su trabajo en la bodega. Nerea lleva ocho años formando parte de nuestra familia, pero su historia comenzó mucho antes, entre viñas y tradiciones familiares que han marcado su vida. Hija de agricultora y nieta de bodegueros, creció viendo cómo el esfuerzo de su familia daba forma a un legado que hoy, de alguna manera, ella sigue escribiendo.
Su vínculo con el vino es tan natural como su carácter: cercano, cálido y lleno de empatía. Quería ser psicóloga porque siempre le ha movido la sensibilidad hacia las personas y su forma de entender el mundo, pero, como ella misma dice, en Muriel ha encontrado también la manera de conectar con los demás. Porque el vino no solo es un producto, es una experiencia, y Nerea tiene esa habilidad especial de ponerse en el lugar del cliente y preguntarse qué puede significar para cada persona.
Quienes la conocen saben que es alguien que siempre está ahí: para echar una mano, para acompañar, para sumar con una sonrisa. Ama la naturaleza, los animales, la música y sobre todo a su gente, a sus amigos y su familia, que son sus pilares y su refugio.
Nerea representa lo mejor de lo que somos: raíces, dedicación y amor por el trabajo bien hecho, pero también la alegría de disfrutar de las pequeñas cosas, como compartir una copa de vino en buena compañía.
Así que sí, la historia de Nerea también es la nuestra. Porque personas como ella son las que dan sentido a lo que hacemos cada día.
Gracias, Nerea, por ser parte de esta familia.
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